martes, 22 de septiembre de 2015

Lo encarnizado de los garrotazos



Un hombre cualquiera describe a retazos, desde el exilio, su lugar de origen.

El conjunto de pueblos más duro del mundo llevan toda la vida luchando contra si mismo y no son capaces de exterminarse. Lo encarnizado de esta batalla se asienta en la dureza de los púgiles y el deseo de matar al oponente antes de expirar los últimos 21 gramos. Todo ello sobre un tablero de fango que traga lentamente a los luchadores de un enquistado duelo a garrotazos. No hay bandera blanca, solo tricolor o rojigualda.

Una península borracha de envidia cuya resaca no se cura ni a la hora de la siesta; y que, incluso, intenta expiar sus pecados en misa de doce cada domingo, mientras señala, ciegamente, la paja en el ojo ajeno. La viga acaba aplastando el libro de familia, cuyos hijos adoptados se consideran huérfanos con cada reparto de la paga semanal. Ni siquiera queda pedirle cuentas al rey, sin legitimidad divina ni democrática, para resolver el pasado enterrado en las cunetas y, tampoco, para arreglar el futuro agrietado en los posos del café para todos.

Y así un hombre cualquiera termina como empezó, intentando describir su lugar de origen, a pesar del exilio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario