viernes, 14 de julio de 2017

Lo tratado del corazón



Un hombre cualquiera observa desde el balcón el cerrado del afrancesado estanco La Estafeta, por el nupcial tratado del 14 de julio.

El castillo de Montaigne estaba engalanado con guirnaldas y las banderas de Francia y Navarra (incluso alguien hizo bromas con izar la ikurriña). La boda era por lo civil y lo criminal con un cuarteto de cuerda que compuso un hilo musical cinematográfico. Fermín (sin látigo a mano) entró con la BSO de Indiana Jones al salón y, tras los rigurosos 10 minutos de espera, apareció la pequeña de apenas un año con las alianzas que unían los nombres de sus padres al 14 de julio. Justo detrás, la radiante Margot apareció del brazo de un orgulloso padre al ritmo de la BSO de Amelie. La emotiva ceremonia entre lágrimas, risas e intercambio de anillos unió a los novios, que salieron del brazo con la Marcha Radetzky y todos aplaudiendo al ritmo de la música.

Ya caída la noche y gastado el pantagruélico festín. La solemnidad alzó las copas de ambas familias para el brindis, mientras la parte francesa entonaba la Marsellesa para celebrar la segunda fiesta más importante del día. Tras ellos la familia pamplonica hizo lo propio. Se anudaron el pañuelo rojo al cuello y cantaron el "pobre de mí", justo cuando el reloj marcaba la medianoche. El brindis resquebrajó los Pirineos para acercar, independientemente del motivo de sus latidos, aquello que se hace con el sentido impulso del corazón.

Y así un hombre cualquiera imagina el ascenso de las fugaces burbujas del consumido Moët & Chandon, mientras el reloj de la plaza mayor de Pamplona anuncia el final de San Fermín

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