Un hombre cualquiera observa desde
el balcón el cerrado del afrancesado estanco La Estafeta, por el nupcial tratado
del 14 de julio.
El castillo de Montaigne estaba
engalanado con guirnaldas y las banderas de Francia y Navarra (incluso alguien
hizo bromas con izar la ikurriña). La boda era por lo civil y lo criminal con
un cuarteto de cuerda que compuso un hilo musical cinematográfico. Fermín (sin
látigo a mano) entró con la BSO de Indiana Jones al salón y, tras los rigurosos
10 minutos de espera, apareció la pequeña de apenas un año con las alianzas que
unían los nombres de sus padres al 14 de julio. Justo detrás, la radiante Margot
apareció del brazo de un orgulloso padre al ritmo de la BSO de Amelie. La emotiva
ceremonia entre lágrimas, risas e intercambio de anillos unió a los novios, que
salieron del brazo con la Marcha Radetzky y todos aplaudiendo al ritmo de la
música.
Ya caída la noche y gastado el
pantagruélico festín. La solemnidad alzó las copas de ambas familias para el
brindis, mientras la parte francesa entonaba la Marsellesa para celebrar la
segunda fiesta más importante del día. Tras ellos la familia pamplonica hizo lo
propio. Se anudaron el pañuelo rojo al cuello y cantaron el "pobre de mí", justo cuando
el reloj marcaba la medianoche. El brindis resquebrajó los Pirineos para
acercar, independientemente del motivo de sus latidos, aquello que se hace con
el sentido impulso del corazón.
Y así un hombre cualquiera imagina el
ascenso de las fugaces burbujas del consumido Moët & Chandon, mientras el
reloj de la plaza mayor de Pamplona anuncia el final de San Fermín.
Otros 14 de julio...
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