viernes, 10 de noviembre de 2017

Lo ocultado del humo



 Un hombre cualquiera observa como las chimeneas empiezan a vertir "su vómito de humo a un cielo cada vez más lejano y más alto".

La ondeante senyera provoca una suave brisa que a cada kilómetro que se aleja va aumentando hasta convertirse en un temporal. Así, los malos humos se extienden como una plaga bíblica. Seguro que el antiguo archivista del Vaticano, Oriol Junqueras, en sus lecturas entre rejas, encontrará humeantes similitudes con la zarza ardiente y el polvo surgido del trote de los jinetes de la Apocalipsis. O, incluso, el hijo pródigo, Puigdemont, será recibido, si los del barco de Piolín y los supremos de toga lo permiten, con honores después de sus 40 días vagando por el desierto que rodea al Atomium.

Y, por decreto papal, los malos humos no son bien recibidos en el Vaticano. Las plegarias de paz y amor no son compatibles con el humo del tabaco, pero si con el humeante incienso que turba la conciencia y oculta la pestilencia ocultada bajo las sotanas. ¿Y qué haremos cuando ascienda de la Capilla Sixina una fumata negra?

Y así un hombre cualquiera observa el cielo esperando una señal divina que explique cómo seguir hacia el futuro.

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