domingo, 6 de febrero de 2022

Lo imperfecto de los espejos

Un hombre cualquiera se prepara un café y, por la ventana, se cuela el canto del periquito del vecino.

El monótono pentagrama doméstico del patio de vecinos se salpica con las rítmicas notas del plumado tenor. Sus patas se agarran firmes al columpio para mecerse con la melodía; sin perder la vista a su idéntico reflejo del espejo. Una copia que le imita en movimientos y gestos. Inconsciente de su simétrica imagen con una bailarina de ballet, que ensaya sus ejercicios en una secuencia infinita de caleidoscopios que cuelgan de las paredes.

Al igual que los espejos de la bailarina, el reflejo del periquito muestra, al fin y al cabo, lo mismo. Los imperceptibles fallos de los movimientos que imprimen la imperfección de la soledad. Ambos encerrados y solos en jaulas transparentes para alcanzar la perfección que se encierra al otro lado del espejo.

Y así un hombre cualquiera bebe el café para huir de las pesadillas de la siesta.

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