jueves, 26 de julio de 2012

Lo memorable de los empachos


Un hombre cualquiera gusta de rebuscar la complejidad de las alocuciones transcritas a golpe del teclado de una Olympia. 

Lo enmarañado, lo complejo, en definitiva, las ramas interconectadas de los asuntos cotidianos y extraordinarios le sirven a un hombre cualquiera para exponer experiencias y anécdotas como un predicador en el desierto. La razón estriba en que la reflexión sobre lo ininteligible revitaliza y entrena la mente, propiciando la rapidez ante los retos sencillos. Además, un hombre cualquiera adorna hasta el empacho barroco, no por exceso manuscrito, sino por descripción detallada de lo vivido, mutando cada detalle en un hecho memorable.

 Las fáciles críticas chocan contra el acantilado y la dura roca, que se refuerzan en su rígido arte de hacer rebotar la marea, como el frontón devuelve la pelota a la mano del pelotari. Sin embargo, la constante y percutora acción sobre la dureza acaba dañando y resquebrajándola. Y al final la compleja disertación sobre los paradigmas reflexivos acaba con el sencillo portazo de un punto y final. 

Y así un hombre cualquiera sólo le queda marcar la definitiva tecla sobre el papel.

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