lunes, 15 de julio de 2013

Lo cifrado de las murallas



Un hombre cualquiera grita indefenso, ¡a mí la guardia!, al sentirse secuestrado dentro de una fortaleza sin antídoto para su encriptado.

Los ladrillos van fortificando un alcázar único y propio contra las surrealistas incoherencias y las lógicas masificadas de la realidad. Un código secreto y cifrado marca la comunicación interna, tan encriptada que se escapa de los espías y de los drones que sobrevuelan nuestras vidas. Unas vidas tan publicitadas y conocidas que acaban liberando la intimidad del común de los mortales; la contradictoria intimidad pública de la globalización en red. Por eso, nos convertimos en alfareros de ladrillos que pongan diques al mar y murallas a los voyeurs de lo privado.

Una cámara de seguridad intensifica el zoom ante la niebla para ver con mayor claridad la nada. Una nada gaseosa de un blanquecino casi gris, que nos sitúa en un purgatorio sin infierno ni paraíso al que huir. La muralla se convierte en un castillo en el aire que viaja a tenor de la dirección de una perezosa veleta sin brújula ni puntos cardinales; que nutre sus motores sólo con el impulso de las causales casualidades del caos cotidiano.

Y así un hombre cualquiera comprende la complicada tarea de descifrar los planos y los croquis sin el más nimio conocimiento de arquitectura.

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