Un hombre cualquiera sufre un secuestro exprés sin
nocturnidad ni alevosía puertas hacia dentro de su propio hogar.
La mañana se desperezaba bajo un sol de justicia, que dejaba
visto para sentencia el irrevocable fallo del mercurio. El ruido de platos
provocaban el consiguiente experimento de Paulov de cada día, mientras el pinche
preparaba las ideas para el horno del chef. Un chivato tintineo de llaves
anunciaba la llegada de una soñadora en pijama. Su skyline metálico se internó
en la cerradura y, de repente, un férreo
agarrotamiento imposibilito el reencuentro con los dos protagonistas forcejeando
a un lado y a otro del dintel. Izquierda, derecha, izquierda... la llave giraba
60º, se encasquillaba, volvía al punto inicial y comenzaba su vuelta, cuando
inesperadamente la puerta se abrió.
Un hombre cualquiera y la soñadora en pijama se reencontraron
tras la caída de su momentáneo muro de Berlín, cerrando con un beso el
accidente y la puerta. Sobre todo la puerta, que les secuestró sin combinación
ni llave en su hogar dulce hogar. Tras varios infructuosos intentos y una
llamada de urgencia, la libertad dejó de guiar al pueblo y se puso el uniforme
de cerrajero, que les abrió las puertas en un periquete, mientras por el patio
de luces un irónico dial sintonizaba a Ana Belén cantando: "Tun tun,
¿quién es?, una rosa y un clavel, abre la muralla."
Y así un hombre cualquiera consigue la libertad después de
que la soñadora en pijama pagara un cuantioso rescate al cerrajero vía datáfono
con la tarjeta de crédito.
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