jueves, 25 de julio de 2013

Lo irónico de los secuestros



Un hombre cualquiera sufre un secuestro exprés sin nocturnidad ni alevosía puertas hacia dentro de su propio hogar.


La mañana se desperezaba bajo un sol de justicia, que dejaba visto para sentencia el irrevocable fallo del mercurio. El ruido de platos provocaban el consiguiente experimento de Paulov de cada día, mientras el pinche preparaba las ideas para el horno del chef. Un chivato tintineo de llaves anunciaba la llegada de una soñadora en pijama. Su skyline metálico se internó en la cerradura y, de repente,  un férreo agarrotamiento imposibilito el reencuentro con los dos protagonistas forcejeando a un lado y a otro del dintel. Izquierda, derecha, izquierda... la llave giraba 60º, se encasquillaba, volvía al punto inicial y comenzaba su vuelta, cuando inesperadamente la puerta se abrió.


Un hombre cualquiera y la soñadora en pijama se reencontraron tras la caída de su momentáneo muro de Berlín, cerrando con un beso el accidente y la puerta. Sobre todo la puerta, que les secuestró sin combinación ni llave en su hogar dulce hogar. Tras varios infructuosos intentos y una llamada de urgencia, la libertad dejó de guiar al pueblo y se puso el uniforme de cerrajero, que les abrió las puertas en un periquete, mientras por el patio de luces un irónico dial sintonizaba a Ana Belén cantando: "Tun tun, ¿quién es?, una rosa y un clavel, abre la muralla."


Y así un hombre cualquiera consigue la libertad después de que la soñadora en pijama pagara un cuantioso rescate al cerrajero vía datáfono con la tarjeta de crédito.

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