Un hombre cualquiera hace cuentas sin facturas ni
justificantes para la Agencia Tributaria, a través de un detallado presupuesto
del día a día.
Los números nos cuantifican los detalles más superfluos y
profundos de la vida, sin que nos demos cuenta de la fórmula matemática que
calcula la cotidianidad. El segundo antes de que la alarma suelte su alarido
matutino. El cálculo de la parábola que te lleva de los sueños a la realidad. El
número de ingredientes de la receta del desayuno de los campeones. Los litros de
minerales del agua que purifican cuerpo y alma, tras calentarse en los fogones
fatuos del butano. El tamaño de los escalones que separan el dulce hogar del
amargo asfalto. El pin del móvil y, también, de la tarjeta de débito, para
comprobar los céntimos por digito cuadrado. El código postal para la
correspondencia electrónica. La talla de pie del que te ha pisado en la cola de
espera (y el de la madre que le parió). El precio del menú del mediodía con IVA
incluido. Fin de la primera parte de la parte contratante ( 50% del día cargado).
Los centímetros de periódico sobre política nacional y
sumergida, incluyendo el número de corruptos por escaño per cápita. Los
catatónicos minutos frente a la pantalla después de comer (modo siesta on). Los
gramos de té diluyéndose al calor de la tetera, junto a la circunferencia
perfecta de la lata de galletas de mantequilla. La duración del ocaso nuestro
de cada día. El prefijo familiar hace sonar el inalámbrico a la hora de la
cena. Los acolchados centímetros de comodidad sobre el sofá frente a la
ficticia realidad transmitida por ondas herzianas. El dulce sabor por onzas cúbicas.
El cuentakilómetros de la balanza entre sueños y pesadillas a tres kilos por debajo
de las mantas (100% del día cargado).
Y así un hombre cualquiera gasta las cifras de la máquina
registradora cuando hace inventario de los números de la cotidianidad.
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