lunes, 28 de octubre de 2013

Lo catódico de los cúbitos




Un hombre cualquiera se topa con múltiples televisores de rayos catódicos abandonados en las calles frente a una vírica estampa de brazos en cabestrillo.



Las repeticiones de casualidades se transforman de extrañeza a cotidianidad, en plena calle, cuando pasan del campo visible al punto ciego. Así, la última semana se ha emitido a través de una anticuada caja televisiva colgada, en cabestrillo, sobre un impronunciable mueble de IKEA. Sin duda, desconozco el motivo. Quizá una oferta desmesurada de anoréxicos plasmas ha condicionado el desorbitado número de cadáveres catódicos en las calles; o bien, una plaga de termitas han devorado las voluminosas transmisiones del UHF en blanco y negro con acolchados bigotes al estilo de José María Iñigo.



Ninguna prueba empírica ha demostrado la vinculación entre  la proliferación de los indigentes aparatos televisivos y el ejército de tullidos espectadores con sus siniestras fracturas asimétricas. Además, esta masificación (de aparatos y aparatosos) se ha producido a plena luz del día con una programada premeditación, intentando ocultar la evidencia de las casualidades que se repiten en la más absoluta normalidad.


Y así un hombre cualquiera acude a urgencias por un brazo dislocado, tras comprarse una nueva televisión de plasma para el sueco mueble del salón.  

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