lunes, 30 de diciembre de 2013

Lo viejo de las noches





Un hombre cualquiera, siguiendo con su afán de agradecer el espíritu de estas fechas, quiere hacer varios agradecimientos a los anónimos contribuyentes de las tradiciones del fin de año.


Antes de entrar en vereda, tengo que hacer una mención especial a Herodes y al que le dio la idea de la mirra a Baltasar (ambos saben los motivos). Ahora sí, empiezo; un agradecimiento gastronómico para el recolector de uva que se zampó aquel racimo al son de las campanadas del mediodía, fomentando el milagro bíblico: la fermentación de las uvas en meses. Igualmente, al fabricante eléctrico que se le encendió la bombilla para decorar por doquier calles y facturas eléctricas. Y, claro que sí, a los contables de las partidas presupuestarias para  los spots navideños, que enternecen el corazón y soliviantan al bolsillo, exceptuando el anuncio de la lotería de navidad de 2013, por razones obvias.


A los borrachos esquiadores que se dijeron el 'que no hay huevos' por primera vez en Garmisch-Partenkirchen, o lo que es lo mismo en castellano: allá en lo alto del trampolín. Y a la gran idea de ampliar el cotillón con música en directo en Viena, así en plan after y con palmas (poco recomendadas para ese día). A los doscientos 'feliz año' por metro cuadrado con carácter políglota y allende los mares, the West and the rest. Y, obviamente, gracias al uno de enero, día de la santa resaca, al que veneramos creyentes y agnósticos, borrachos todos.


Y así un hombre cualquiera termina el año entre anécdotas y sobre recuerdos recién estrenados con la original ofrenda de deseos y el manido pero agradecido ¡Feliz 2014!

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