miércoles, 30 de abril de 2014

Lo fúnebre de las sombras



Un hombre cualquiera se despierta por la tenue luz de interrogatorio que la última rendija de la persiana deja entrar, diseñando un juego imposible de sombras en la habitación. 

Un frío fúnebre se expande por todo el habitáculo, colonizando hasta las nocturnas ascuas bajo las mantas. La imaginación y el juego de sombras se alían para diseñar un mundo fantástico. Este diseño sólo es apto para los adormecidos ojos de primera hora de la mañana que olvidan la salida de emergencia del  interruptor, por si la sociedad anónima de monstruos legalizan su condición sexual. Y ahí está. Una figura alargada y esquelética me observa desde el rincón del fondo, apoyada en un extraño bastón de cortante filo. La mente sólo encuentra entre sus recuerdos unos versos de Serrat: "Ay... si un día para mi mal viene a buscarme la parca".  ¡Maldito Moriarty!, ¡al final lo ha conseguido!.

¿Dónde está Watson? La sombra sigue ahí, quieta, esperando el momento oportuno, tejiendo con el miedo una terrorífica escena sobre el ajedrezado del edredón, con la cinéfila inspiración del séptimo sello.  De repente, un ruido inesperado viene de la habitación contigua; la esperanza gana posiciones al miedo en el sprint final de una carrera de autos locos entre Pierre Nodoyuna y el Penelope Glamour. Por fin, una soñadora en pijama abre la puerta y enciende la luz, mostrando el disfraz de la fiesta de ayer, la capa de Ramón García colgada sobre el perchero metálico, y una terrible resaca cualquiera se despierta con la ruidosa danza de 100.000 elefantes bailando claqué. 

Y así un hombre cualquiera resucita a la mañana siguiente, confirmando aquello de "noches alegres, mañanas tristes".

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