Un
hombre cualquiera escucha un vespertino programa de la FM cuando la
programación se ve alterada por una última hora, Di Stéfano ha sido fichado
para la eternidad.
El
obituario empieza y termina con la esférica vocal con forma de pelota de
balompié, redondeando el circular ciclo de la vida. Al fin y al cabo, fútbol es
fútbol y la muerte es un árbitro severo e imparcial que marca el final del
partido sin victoria ni empate, aunque las crónicas siempre se escriben en
negrita y cursiva con una oblicua versión de la obra y milagros del difunto en
cuestión.
Las
líneas del césped delimitan al titular del suplente, aunque también se juega el
partido en la grada, en la banda y, sobre todo, en el banquillo. ¡GOL!, suena
con el añejo soniquete en blanco y negro y con gafas de sol de Matías Prats. Y,
al final, el resultado del once contra once se resume por el sucinto epitafio,
sin posibilidad de contraataque, sobre el
campo de mármol.
Y
así un hombre cualquiera oye un fuerte balonazo sobre la fachada de la embajada
argentina, donde los alevines juegan a media tarde con el sueño de convertirse
en la 'saeta rubia'
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