lunes, 18 de agosto de 2014

Lo nublado de las vírgulas




Un hombre cualquiera consulta el aburrido parte meteorológico que sólo distingue cirros y nimbos  ante la voluptuosidad de las nubes.

Amaneció sobre la sábana de césped, dónde remoloneó hasta el mediodía. La suave brisa, que refrescaba la escena, accionaba un caleidoscopio de sombras chinescas sobre el paisaje con el volar de las nubes. Su pródiga imaginación descubría en cada cúmulo una humeante cabeza de dragón, un almenado castillo en el aire o una raíz de mandrágora con forma de robot. Tras avistar las perdices del final del cuento, instintivamente se levantó  en busca de algo de desayuno. Su mejilla aún dibujaba la arruga de la almohada.

Fotografía sin título, cedida por Sheila Berrio

Al borde del camino, ajenas a la gravedad, unas precoces moras de finales de agosto acabaron con la huelga de hambre. Y la sed se le olvidó ante el reflejo del arroyo, que le mostró a sí misma con una ceja levantada, cual sorprendida vírgula sobre la letra incorrecta. Un rumor constante y repetitivo le sacó de su ensimismamiento. Un sonriente niño gritaba y corría hacia ella con los brazos abiertos. La yincana había terminado.

Y así un hombre cualquiera le gustaría ser hombre del tiempo para informar sobre imaginativos avistamientos nubosos.

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