sábado, 2 de junio de 2018

Lo encerado de las mociones


Un hombre cualquiera se queda estupefacto ante la primera moción de censura de la historia que ha desalojado a un presidente, Mariano Rajoy.

Al superviviente inesperado de la política ibérica del siglo XXI le han dado la extrema unción en un perfecto euskera. Este superviviente ha permanecido impune a los envites de Esperanza Aguirre, a varias derrotas electorales, a los dimes y diretes del fantasma de Aznar, a la guillotina de la corrupción y hasta a los desprestigiados hilillos de plastilina que se escondían debajo del mar. De todo se ha salvado y todo le ha ido hiriendo, poco a poco, hasta que Marco Junio Bruto Sánchez le ha acuchillado y a la sombra de una chapela le han ungido con los santos óleos. La mecha se le ha ido quemando, mientras se deshacia la cera del palo que aguantaba su vela.

La estrategia de Don Tancredo falló a la enésima embestida y este Matusalén, contra los sagrados mitos bíblicos, se apagó en mitad de la última tormenta. Murió sobre el escaño que veló a Adolfo Suárez durante las balas de  fogueo de Tejero, dónde Leopoldo Calvo Sotelo casi ni llegó a calentar con su luz y dónde José María Aznar se convirtió en humo como las almas que viajaban aquel 11 de marzo. Al final, la oscuridad de la muerte política deja ese regusto a quemado, como cuando las velas se apagan, y todo acaba lleno de un humo que no deja ver la realidad, hasta que se disipa.

Y así un hombre cualquiera se queda, como una estatua, ante la premura del comunicado del Museo de Cera con el cambio de la figura del nuevo presidente, Pedro Sánchez.

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