Un
hombre cualquiera entiende el museo del Prado cómo un espejo de los sentimientos que
construyeron su alma.
La
riqueza pictórica, arquitectónica y escultórica del interior del Prado está a
la altura de las grandes pinacotecas europeas. El infinito Pantone de sus
lienzos, las historias que narran cada una de sus pinceladas y la humanización
del arte diseñado por sus pintores es, simplemente, envidiable. Su arte decora,
inspira, emociona y, también, viste las salas y los pasillos. Y, obviamente,
amuebla la mente de sus millones de visitantes cada año.
Pero
el síndrome de Stendhal surge antes de entrar al museo. Por ejemplo con la
pirámide del Louvre, con las columnas neoclásicas del British o con el estilo 'vassariano' de los Uffizi, que complementan la grandeza de lo que estos museos
atesoran en su interior. Así, el continente y el contenido se pueden entender
cómo un todo, pero pueden funcionar, igualmente, como partes aisladas. Quizá
para mimetizar el todo o, sobre todo, para ocultar su proceso de restauración;
el Prado va a convertirse en un palacio de cristal. Se filtrará el reflejo
artístico de Velázquez, Goya y Murillo para vestir los muros del museo, junto
con los grandes pintores que también han enmarcado sus obras entre el Retiro y
Neptuno. Porque todos, tanto aquellos que custodian desde el puesto de
cancerberos como aquellos que vigilan en su interior, aportarán luz para
asombrar a propios y extraños, también, de puertas hacia fuera. Las lonas
mutarán en lienzos para cubrir las fachadas, replicando las obras resguardadas
intramuros. Y así las aceras del paseo enmarcarán el lienzo plantado a
pinceladas sobre el prado.
Y
así un hombre cualquiera, en la próxima visita, agudizará los sentidos para
descubrir a los que dibujaron el alma del museo.
Bicentenario del Prado: 1819 - 2019
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