Un hombre cualquiera podría haber sido un ejemplar ciudadano decimonónico. El convulso siglo le habría reportado una chistera y un monóculo para asistir a la ópera o para ver una comedia en el teatro; le habría encantado participar en el nacimiento de partidos políticos y movimientos ideológicos; y hasta habría podido haberse convertido en un masón y realizar su último paseo en un carruaje con dos equinos negros engalanados para el luto.
Sin embargo, a pesar del lento caminar de este incierto siglo XXI, un hombre cualquiera puede disfrutar de ciertos lujos decimonónicos con las mejoras tecnológicas y gastronómicas que entonces no existían. Así, un hombre cualquiera se reúne con la soñadora en pijama y el tertuliano de las antípodas para charlar al fuego de la hoguera de la diosa Atenea. En esta ocasión un hombre cualquiera y la soñadora en pijama, que se ha engalanado con sus quiméricas gafas de pasta y sus galas de contemporánea retro, se han citado con el tertuliano de las antípodas para especular de lo divino y lo humano a la sombra de un buen libro y aromatizados por el vapor de un café.
La ocasión pinta especial porque el tertuliano de las antípodas recibió un código contemporáneo sobre las técnicas del flirteo y un billete para viajar sobre raíles a la infancia. Ciertamente los obsequios reúnen los juegos del niño y del hombre entre conversaciones económicas y dudas técnicas.
Y así discurre la mañana de un hombre cualquiera preparando un equipaje entre el norte y el sur...
La triste realidad de esta sociedad en la que vivimos es que desde el momento que nacemos nos manipulan y moldean, como si todos fuesemos piezas intercambiables de una mera máquina.
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