Un hombre cualquiera rechaza la iniciativa de la presidencia del Congreso
para borrar los insultos del diario de sesiones.
¡Golpista! ¡Fascista! ¡Españolazo! ¡Comunista! Los insultos a pie de calle
se han colado entre los escaños del hemiciclo. Algún eco lejano se había dejado
escuchar por los pasillos, pero, poco a poco, se han ido colando en el diario
de sesiones. Las taquígrafas y taquígrafos han textualizado las palabras de
Rufián, Iglesias, Rivera o Hernando, entre otros. Cómo portadores de la palabra
de los ciudadanos llevan sus ideas al Congreso, pero como políticos deben
fomentar la moderación y no la agresión constante. La dificultad de su cargo se
encuentra en defender sus ideas a través de la argumentación. La amenaza, el
insulto y la agresión deben quedarse fuera.
Sin embargo, la polarización es una estrategia política, que invisibiliza
la escala de grises y retroalimenta a los enemigos. Estás prácticas ya fueron
utilizadas antes; como heredero del terror de Robespierre, la actual estrategia
del miedo contabiliza votos. Los beneficiados son los extremos como el Partido
Popular con la izquierda abertzale o el Partido Popular con la izquierda
bolivariana y viceversa. También se ha repetido entre el partido de Ciudadanos
y los independentistas catalanes. O, como en las elecciones andaluzas, entre el
PSOE y Vox. Los resultados son desiguales y las variables dependen de cada
caso. Pero cada vez más se busca una polarización, que es incompatible con la
base propia de la política.
Y así un hombre cualquiera piensa que borrar la realidad del diario de
sesiones es construir un pasado imperfecto e incompleto.
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