lunes, 17 de diciembre de 2018

Lo simbiótico de los extremos



Un hombre cualquiera rechaza la iniciativa de la presidencia del Congreso para borrar los insultos del diario de sesiones.

¡Golpista! ¡Fascista! ¡Españolazo! ¡Comunista! Los insultos a pie de calle se han colado entre los escaños del hemiciclo. Algún eco lejano se había dejado escuchar por los pasillos, pero, poco a poco, se han ido colando en el diario de sesiones. Las taquígrafas y taquígrafos han textualizado las palabras de Rufián, Iglesias, Rivera o Hernando, entre otros. Cómo portadores de la palabra de los ciudadanos llevan sus ideas al Congreso, pero como políticos deben fomentar la moderación y no la agresión constante. La dificultad de su cargo se encuentra en defender sus ideas a través de la argumentación. La amenaza, el insulto y la agresión deben quedarse fuera.

Sin embargo, la polarización es una estrategia política, que invisibiliza la escala de grises y retroalimenta a los enemigos. Estás prácticas ya fueron utilizadas antes; como heredero del terror de Robespierre, la actual estrategia del miedo contabiliza votos. Los beneficiados son los extremos como el Partido Popular con la izquierda abertzale o el Partido Popular con la izquierda bolivariana y viceversa. También se ha repetido entre el partido de Ciudadanos y los independentistas catalanes. O, como en las elecciones andaluzas, entre el PSOE y Vox. Los resultados son desiguales y las variables dependen de cada caso. Pero cada vez más se busca una polarización, que es incompatible con la base propia de la política.

Y así un hombre cualquiera piensa que borrar la realidad del diario de sesiones es construir un pasado imperfecto e incompleto.

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