domingo, 17 de octubre de 2021

Lo veraniego de los recuerdos

Un hombre cualquiera se pinta la yema de los dedos del azul que tiñe las copas de los madroños.

El luscofusco de septiembre colorea de naranja las furtivas nubes sobre la azotea. Una isla en mitad del mar de antenas y de cables, que van camuflándose al enviudar el firmamento. A veinte metros sobre el suelo, ella ha colonizado su pedacito de cielo de Madrid, bañado por el sol e iluminado por las estrellas.

Los últimos coletazos de verano escalan por la pared en forma de lagartija. A su paso junto al foco, se asombra un dragón con atalaya propia y alejado de la olvidada imaginación entre las urbanitas prisas a pie del desierto de asfalto. Alguna osada sirena de ambulancia consigue devolver la realidad, espantando al urco, disipando a las meigas y paralizando a la santa compaña. En la atalaya de la embajadora de la city, la imaginación vuelve a camuflar la realidad al intuirse la vía láctea sobre un azul oscuro casi negro en su peregrinaje a Compostela.

Y así un hombre cualquiera observa como menguan las horas de sol que convierten en pardos a todos los osos en el albor de la otoñada.

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