domingo, 27 de noviembre de 2022

Lo titánico de los dioses

Un hombre cualquiera se deslumbra por el brillante casco de un barco sin miedo a icebergs en plena ría de Bilbao.


Justo por debajo de la cubierta y sin red, un operario se afana en frotar las escamas del titán. Cómo un pez sobre el agua, flota con la indestructibilidad de los dioses del Olimpo para celebrar lo plateado de sus sienes. A doce metros sobre el mar, el limpiador observa la realidad sobre el reflejo, que le muestra un mundo onírico al otro lado del espejo. El perpetuo tximirimi hace brotar un gigante cancerbero, que se agazapa por un trampantojo de flores y hojas. En una simbiosis perfecta con lepidópteros e himenópteros que hilvanan la vida con la perfecta artificialidad de los tulipanes y de la fantástica niebla sobre el nivel del mar.


En este bosque encantado, los árboles se esferifican con acero y carbono. Y, el miedo y la ternura se teje sobre una delgada frontera, que se delimita entre las ocho patas de una madre con la maña de una metalizada Aracne. Cuando el operario echa la vista atrás todo se convierte en estatuas sin vida, pero de reojo, el reflejo destila la realidad del imaginario que el titanio atesora a través del delirante efecto Bilbao.


Y así un hombre cualquiera rompe el hielo para que el Guggenheim siga navegando.


 

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