Un hombre cualquiera recibe la
llamada de una entidad bancaria para contratar un plan de jubilación privada,
mientras revisa la fugacidad del tiempo ante la realidad del espejo.
La fotografía desvela la
superficial imperfección de la epidermis y la sinceridad del paso del tiempo
sobre nuestros poros. Este discurrir de los años va mostrando ante las lentes
del ojo humano la evolución de los cuerpos y los rostros sin la necesidad del
detalle fotográfico. Sin duda, el envejecimiento es una enfermedad del tiempo
cuyo diagnóstico ya viene firmado y sellado de fábrica.
Se envejece en silencio aunque en
el más absoluto de los vacíos auditivos se siente el avance imparable de las
agujas del reloj. Y, en un imperceptible e invisible compás, el plisado avance
de las arrugas se perpetúa plegando la vida con el ritmo del segundero. Sólo
apreciamos la fugacidad de la vida cuando las fotografías nos enseñan el
agotamiento de nuestras reservas del elixir de la juventud. Así, la geografía
de la piel se va construyendo con los surcos y cárcavas de la experiencia que
las lágrimas, el sudor y las alegrías van labrando a su paso.
Y así un hombre cualquiera rechaza
la oferta bancaria para invertir en carcajadas sin intereses que arrugan el
rostro pero rejuvenecen el alma.
Éste es de mis favoritos!! Será porque me hago mayor...
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