lunes, 10 de diciembre de 2012

Lo rubricado de los desvanes



Un hombre cualquiera materializa un paréntesis para reflexionar ante la aplastante rotativa del tiempo que convierte al presente en un coleccionable de documentos históricos.

Al subir al desván, un hombre cualquiera sufre el infantil miedo a que los fantasmas salgan a su encuentro en una desequilibrada batalla de recuerdos y mobiliario pasado de moda frente a su futurista imagen en un escenario atemporal, donde la pantalla táctil es su única arma. Ciertamente, los trasteros se convierten en cajas negras de la memoria y el recuerdo, materializándose en edificados cerebros perfilados por un skyline de cajas de cartón y fantasmagóricas sábanas. Sin duda, estos polvorientos templos al personalísimo egocentrismo de cada individuo son un museo autobiográfico que hace patente nuestras miserias y orígenes.

Y, la verdad, los inescrutables ardides con los que el desván te secuestra, a través de su carácter atemporal, devienen en una somnolienta hipnosis frente a la pulsera con minutero. Así, el visionado de fotografías, el redescubrimiento de inútiles tesoros o el escaparate de horteras vestimentas te retrotraen a tiempos y personas que han fomentado a la construcción de fobias, sentimientos y personalidades. Y, todo ello, derivándolo en nuevos desvanes con la identificada huella de un índice que nos señala y rubrica con carácter retroactivo. 

Y así un hombre cualquiera sonríe porque las impresas vivencias reflejan que la felicidad vivida sólo se comprende con la mira telescópica conformada por el minutero y el segundero.

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