jueves, 20 de diciembre de 2012

Lo contundente de los triunfos



Un hombre cualquiera avanza con un rítmico taconeo,  que resuena contundentemente contra las bóvedas de cañón, sobre un pasillo de madera hacia lo desconocido. 

La perfección de los pasos de baile reside en no perder el compás a pesar de que la orquesta desafine o aunque el deslizante suelo te deje al filo de lo imposible; el espectáculo debe continuar y el público no debe ni intuir el más leve fallo en la coreografía. Todo se puede desmoronar ante el más leve tiento contra el iceberg y, ayudados por la magia del funambulista, hay que bordear el helado bloque a la deriva para no ser arrastrado a las profundidades, sin chaleco salvavidas y con un inservible fardo de billetes en el bolsillo del esmoquin. 

El baile del triunfo suma sus pasos en las contiendas diarias contra los malhumorados ceños fruncidos, los censores de las sonrisas imperfectas y, sobre todo, frente a las nubes negras que ensombrecen el camino al futuro. Por tanto, bailaremos con plisado chaqué o con el más vulgar ropaje, con monóculo o a ojo descubierto... pero buscando el triunfo con una firme firma sobre cada relato, contrato o guión memorable de nuestras vidas. Y, sin duda, el último paso dará broche a un triunfo moral, sin necesidad de portadas o grandes titulares, marcando con un hierro incandescente el norte de nuestras entrañas.

Y así, mientras el rumor de su paseo se aleja lentamente entre las bóvedas, un hombre cualquiera espera el abatir de la puerta cuando las verticales manecillas olvidan la fuerza gravitatoria.

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