Un hombre cualquiera se topa con el
germen del futuro en una prematura ecografía que le colma de incertidumbre, sin
decir ni una sola palabra.
Al imitar las huellas de quien
admiramos o veneramos nuestro destino sigue un paso marcial porque no hay
dubitación en la siguiente pisada; siempre que mantengamos la distancia de
seguridad para no pasarnos de frenada y chocar contra las señales de
advertencia de accidente inminente. El problema reside cuando pasamos de seguidores
a ejemplo de referencia y, de forma responsable, debemos enchufar las luces de aviso.
La infantil negación contra la
progenitora autoridad se suele topar contra el muro del espejo, que con el paso
de los años nos invade con las genéticas arrugas de los roles al otro lado de
la barrera. Y, entonces al estar en la alineación titular, el partido deja de
ser un amistoso para convertirse en una final bajo una lluvia constante e
incipiente con descuento, prorroga y una interminable ronda de penaltis.
Y así un hombre cualquiera se entrena
sobre el mantillo del presente para que se recuerde el esfuerzo en las cosechas
del pasado.
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