sábado, 23 de febrero de 2013

Lo extraordinario de la cotidianidad (II)



Un hombre cualquiera observa incrédulo la traslación de 360º del calendario en lo que dura un parpadeo involuntario para humedecer el lacrimal.

Aunque hoy no haya actividad parlamentaria, el incorrupto sentimiento democrático del congreso de los diputados, el poco que le queda, sufre sudores fríos cuando la hoja del calendario da paso al 23 de febrero.  Los perforados agujeros de bala avalan la delicada debilidad histórica frente a las agresiones de paso marcial y, en estos tiempos fugaces como un cadilac sin frenos, a los maniqueos  haraquiris con abrecartas y alevosía de sus propios miembros. Sin duda, el alzheimer de los habitantes de la torre de marfil les impide recordar el poder del cívico cerco a los "sanculots" en la dieciochesca Galia.

A pesar de los golpes fallidos, el 23 de febrero también ha dado a luz a pequeños proyectos, que no pasarán a la historia de los libros y las enciclopedias, pero que sirven para germinar las semillas de un pequeño jardín de bonsáis.  El arte del cultivo de estos pigmeos árboles se atesora a través de modelarlo sin extirpar su esencia natural;  como el artesano hacer del gremio de los contadores de historias con las palabras desde la memoria de los hechos.  

Y así un hombre cualquiera sopla las velas de una tarta imaginada por la soñadora en pijama con la nubosa forma de un viñetero bocadillo

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