domingo, 30 de junio de 2013

Lo imposible del reflejo



Un hombre cualquiera se queda ensimismado entre los brazos de su musa por un ataque del síndrome de Stendhal.

El éxtasis de la gloria emborracha de felicidad cada rincón de un país que siempre se quedaba sin cuartos en la cuenta corriente. Pero para ella esa noche supuso, además, estrenar un pijama con el que soñar recuerdos que se conjugarían en un futuro perfecto con un nosotros como sujeto. Y así dormir a la intemperie para ver las fugaces estrellas de Bagdad, ahora que...

Y el barbecho del tiempo convirtió las semillas del vacío en maíz para hornear a fuego lento y que exploten en palomitas, que ella sazona cuando saben insípidas y las endulza cuando la película no tiene un final feliz. Y siempre queda ese olor a palomitas recién hechas cuando la película sigue su curso por las sinuosos renglones del guión, que dan vida a unos personajes que se convierten en protagonistas por el mágico don del séptimo arte.

Y así un hombre cualquiera cree imposible escribir algo más bonito que el reflejo de la soñadora en pijama en el espejo.

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