Un hombre cualquiera intenta conciliar el
sueño después de un chapuzón en los fotografiados recuerdos del ayer.
Después de revisar los antiguos álbum,
mientras la noche velaba la diurna luz de la fotosíntesis, los fantasmas del
pasado resurgían de ultratumba con pesadillas de otro tiempo. La amnesia del
tiempo provoca el libre albedrío del miedo, que vuelve a asolarnos sin razón ni
cordura, aunque conozcamos de sobra el fino hilo de las sábanas que les cubre
entre las sombras de la memoria.
Al amanecer, la oscuridad de las pesadillas había
reconvertido a los fantasmas en ingrávidas ropas colgadas y, de la misma forma,
las sinuosas sombras en bromistas resquicios del mobiliario. Tras levantarse de
la cama, un hombre cualquiera se dirigió, con un renovado optimismo, a la
cuerda junto a la ventana. Al levantar la persiana convirtió la buhardilla en
una azotea sobre un mar de tejados para surcar.
Y así un hombre cualquiera observa, apoyado en el cayado
sobre el camino recorrido, lo fantasmal del pasado que se empequeñece por la
trivialidad de sus minucias.
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