Un hombre cualquiera observa incrédulo la traslación de 360º del
calendario en lo que dura un parpadeo involuntario para humedecer el lacrimal.
Aunque hoy no haya actividad parlamentaria, el incorrupto sentimiento
democrático del congreso de los diputados, el poco que le queda, sufre sudores
fríos cuando la hoja del calendario da paso al 23 de febrero. Los perforados agujeros de bala avalan la delicada
debilidad histórica frente a las agresiones de paso marcial y, en estos tiempos
fugaces como un cadilac sin frenos, a los maniqueos haraquiris con abrecartas y alevosía de sus
propios miembros. Sin duda, el alzheimer de los habitantes de la torre de
marfil les impide recordar el poder del cívico cerco a los
"sanculots" en la dieciochesca Galia.
A pesar de los golpes fallidos, el 23 de febrero también ha dado a luz
a pequeños proyectos, que no pasarán a la historia de los libros y las
enciclopedias, pero que sirven para germinar las semillas de un pequeño jardín
de bonsáis. El arte del cultivo de estos
pigmeos árboles se atesora a través de modelarlo sin extirpar su esencia
natural; como el artesano hacer del
gremio de los contadores de historias con las palabras desde la memoria de los
hechos.
Y así un hombre cualquiera sopla las velas de una tarta imaginada por
la soñadora en pijama con la nubosa forma de un viñetero bocadillo