Un hombre cualquiera sufre de insomnio cada vez que su
consciente pensamiento viaja a Las Vegas, la ciudad que nunca duerme.
A las siete de la mañana, harto de dar vueltas sin encontrar
el sueño, que se agazapa entre las arrugas de las sábanas, se levanta de la
cama y, tras vestirse, sale a deambular por el barrio. Las calles estan recién puestas
y al ser martes laboral los trabajadores de los primeros turnos se encaminan,
bostezo en marcha, a la monótona rutina de cambiar libertad por dinero. Su
contemplativa y pausada marcha le hizo golpear, accidentalmente, con su pie izquierdo
un pequeño anillo plateado. La curiosidad, que caracteriza a cualquier hombre
aburrido por el insomnio, le hizo recoger el anillo y, como si de un acto
reflejo se tratara, se anilló el dedo corazón, sin ningún efecto secundario ni
viaje iniciático a la Tierra Media; obviando, eso sí, la leyenda interna del
anillo compuesto por un conjunto incoherente de cifras. De repente, sin avisar,
un bostezo le indujo al sueño y, tras guardarse el anillo en el bolsillo,
volvió a casa.
La sonorizada pared del vecino le despertó con el radiado relato
diario de los juegos paralímpicos de Sochi. El deportivo titular comenzó a
conectar conceptos en su mente: deporte, medallas, aros olímpicos; lo que le
recordó el descubrimiento del plateado tesoro que encontró por la mañana.
Cuando alcanzó la chaqueta, el locutor comenzó a relatar la combinación
ganadora del sorteo de los euromillones, que coincidía con la lectura inversa
de la leyenda interna del anillo.
Y así un hombre cualquiera asume que la suerte y el sueño,
no hay que buscarlos, sino esperarlos en un continuo y casual movimiento.
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