lunes, 19 de mayo de 2014

Lo inconfundible de los extraordinarios (6º caso práctico)



Un hombre cualquiera tiene la innata capacidad de toparse con seres extraordinarios y personajes inconfundibles entre la cercanía del Guadarrama y la lejanía de las Antípodas.

Erase una vez un mostacho esculpido, con las decimonónicas técnicas del barbero de Sevilla,  sobre una fisonomía atemporal sin edad, ni generación, del mismo que viste y calza, el dueño del bigote. Más que andar, arrastra sus pies con la esperanza de desmantelar la argamasa de asfalto y brea que impide convivir con la esencia terrenal de la naturaleza en plena ciudad, atascada y contaminada por la sinrazón del vil metal.

¡Viva la Anarquía!, un grito que surge de entre el gentío, tras un caótico y alérgico estornudo primaveral. Esto no es Praga, pero sobre su balcón germinan las utópicas semillas de la libertad. Desde allí observa, críticamente, la realidad por la óptica soviética de sus setenteras gafas, como un ciudadano más del mundo con la acérrima convicción de la filosófica máxima de la Escuela de Luis Aguilé 'es una lata el trabajar'. Y así, me atrevo a confirmar sin desvelar mis fuentes, este revolucionario cantante inspiró su obra a partir de los ideales de Mijail Bakunin.

Y así un hombre cualquiera aprovecha las técnicas de barbería para diseñarse bigotes imposibles que caracterizan a lo inconfundible de los extraordinarios.


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