Un hombre cualquiera observa como unos operarios retiran el cartel de otro
negocio en una finca de renta antigua del centro.
Vivir a lo grande de los bienes gananciales fue su pequeña venganza. Tras
enseñarle las fotos que le facilitó el detective, ella se quedó estupefacta. No
había cabida para las excusas. Le pillaron con las manos en la masa. Él le
pidió descolgar los trofeos de caza con cornamenta. No ayudaban nada a su nueva
condición. Debido a su posición, la separación no podía hacerse pública. Ambos
acordaron dormir en habitaciones separadas. Las fotografías juntos
desaparecieron de cada portarretratos de la casa y hasta le pidió quitar los
espejos. La cara de su gemelo nunca la podría olvidar sobre todo después de que
filtrara todo a la prensa.
"Sín título" Un hombre cualquiera y Soñadora en pijama |
A pesar de ser uno de los pocos detectives honrados que quedaban en la
ciudad, decidió volver a empezar en otra ciudad. El equipo de mudanzas comenzó
a recoger bártulos y cajas. En una
butaca, el detective cabizbajo leía el periódico que desvelaba en portada su
último caso. Los operarios apilaban cajas atiborradas de archivos sobre infidelidades, fingidos
inválidos y cleptómanos laborales. A la espera del ascensor otra pila de cajas
guardaban los trajes y disfraces. Un par de operarios quitaban del balcón el
cartel anunciador del despacho, que lucía con el lema: "Detective privado:
especializado del quinto al décimo mandamiento". Fijándose en el diario uno
de los mozos le preguntó '¿Se muda por su éxito?' Le contestó 'No, por el
fracaso de los demás'
Y así un hombre cualquiera entiende como el dinero intenta comprar los
secretos que los rumores extienden a voz en grito.
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