Un hombre cualquiera acude a su tradicional primera cena del año con los
habitantes de la Comarca, ataviado con chaleco, bombín y monóculo.
La cena, a pesar de celebrarse entre las Médulas y el Manzanal, no contiene
botillo, ni castañas y, mucho menos, patatas bravas del Bodegón. A cambio el
menú se prepara al otro lado del mostrador entre bandejas, freidoras y bolsitas
de ketchup. Todo bajo la atenta mirada del retrato de la dueña del local, la
mismísima Elizabeth II. Sí, sí la suegra de Camila Parker Bowles y la doble
real de Helen Mirren. Aquel McDonald's, junto a la ribera del Sil, se había
convertido con todo el boato y abolengo en una réplica del restaurante homónimo
ubicado en Banbury.
Allí, dentro de las propiedades de la corona británica, se asienta un
curioso restaurante con Ronald McDonald, cómo bufón real, y sin carne de
camello, como en las coloniales sucursales de los restaurantes de la India. Los
empleados hacen cambio de guardia cuando se produce el relevo de horarios. Y el
plato estrella es el Big Mac, pero con un cambio de nombre al ser elevado a la
categoría de Sir Big Mac de la Orden del Imperio Británico, como David Beckham,
Colin Firth o Mick Jagger. Además, el uniforme de los empleados, al estar bajo
el gobierno real, se compone de levita y corbata. En ocasiones desde las
cocinas se oye una irónica arenga: God save the burguer!
Y así un hombre cualquiera recuerda su primera cena del año nuevo con
algunas licencias poéticas y, obviamente, el deseado juguete del Happy Meal.
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