sábado, 18 de agosto de 2012

Lo infranqueable de la meta


Un hombre cualquiera encuentra síntomas de la vejez a través de lo cambiante del entorno cuando el parque se convierte en lugar de paso y no en estancia para los juegos. 

La carrera del tiempo cuenta con unos atletas desprovistos de toda atención y que necesitan de alarmas visuales y cognitivas para concentrarse en los adversarios. La interminable e inexorable competición avanza progresivamente sobre la pista perdiendo corredores con el cambio de testigo o por fulminante descalificación. Sin embargo, el resto de corredores siguen avanzando a pesar de que el vacío de los desvanecidos se conviertan en un peso sobre sus espaldas.

El carácter multitudinario de la carrera revierte en individualismo sistémico y narcisista. Así, la hipotética visión de un espectador acabaría concentrándose en el árbol y obviaría la masa forestal a la que pertenece. Por ello, lo paradójico de la carrera está en la ausencia de la entrega de medallas y de diplomas olímpicos al finalizar, pero para cuando se alcanza este conocimiento la meta se ha convertido en una frontera infranqueable para el exhausto corredor.

Y así un hombre cualquiera pasea por el entorno para resituarse sin molestar, observando su ayer en las diversiones de hoy.

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