Un hombre cualquiera se siente
participe de las apuestas de un hipódromo cuando un grupo de turistas le
persiguen con el musical trote de sus chanclas sobre los adoquines.
El verano se sirve de los típicos
tópicos para retroalimentarse y sobrevivir al asfixiante ascenso de los diurnos
mercurios y los nocturnos venus. Así, los turistas se propagan por la mutación
veraniega resultante de las picaduras de los mosquitos y el etílico atontamiento
de las afrutadas sangrías. Su petrificada máxima se basa en la inmortalización
de cada momento dentro de una bulliciosa burbuja con la que invaden paraísos
históricos y naturales, reconvertidos en tragaperras con un único ganador.
El descanso de los mercantilizados
paraísos sólo se consigue en un instante, mientras los turistas se van...y
justo antes de que la siguiente recua desembarque para la colonización. Durante
ese escaso período de tiempo, el edén recobra su estado natural sin ley ni
gobierno, ni artificiales manufacturas que le reduzcan su libertad y su
original esencia. Ese instante está alejado de los indiscretos catalejos que
gritan ¡tierra! mientras bajo sus pies todo se hace aguas. Finalmente, el
nirvana se esfuma y el paraíso retoma el tintineo de la calderilla para
desplomarse en una efímera realidad.
Y así un hombre cualquiera huye de
los caminos marcados hacia el redil para evitar ser marcado por la "rapa
das bestas".
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