sábado, 4 de agosto de 2012

Lo esencial del nirvana


Un hombre cualquiera se siente participe de las apuestas de un hipódromo cuando un grupo de turistas le persiguen con el musical trote de sus chanclas sobre los adoquines. 

El verano se sirve de los típicos tópicos para retroalimentarse y sobrevivir al asfixiante ascenso de los diurnos mercurios y los nocturnos venus. Así, los turistas se propagan por la mutación veraniega resultante de las picaduras de los mosquitos y el etílico atontamiento de las afrutadas sangrías. Su petrificada máxima se basa en la inmortalización de cada momento dentro de una bulliciosa burbuja con la que invaden paraísos históricos y naturales, reconvertidos en tragaperras con un único ganador. 

El descanso de los mercantilizados paraísos sólo se consigue en un instante, mientras los turistas se van...y justo antes de que la siguiente recua desembarque para la colonización. Durante ese escaso período de tiempo, el edén recobra su estado natural sin ley ni gobierno, ni artificiales manufacturas que le reduzcan su libertad y su original esencia. Ese instante está alejado de los indiscretos catalejos que gritan ¡tierra! mientras bajo sus pies todo se hace aguas. Finalmente, el nirvana se esfuma y el paraíso retoma el tintineo de la calderilla para desplomarse en una efímera realidad. 

Y así un hombre cualquiera huye de los caminos marcados hacia el redil para evitar ser marcado por la "rapa das bestas".

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