Un hombre cualquiera se topa de
bruces con una pintada callejera en la que se ensalza la igualdad y la libertad
de los individuos en un angosto callejón.
Cuando un hombre cualquiera retoma
la conciencia de sí mismo, tras la lectura de la declarante pintada, un
enjaulado rumor capta su atención en la acera de enfrente. Allí apareció una
lúgubre y luctuosa tienda de mascotas y animales de compañía con una casi
exclusiva dedicación a canarios y periquitos. El decolorado local sumía al
espacio, las mercancías y al propio tendero en un monocromático espectáculo de
insípida horchata, empobreciendo la áurica conversión del Rey Midas. Así,
incluso la infame influencia del lugar provocaba que cuando un atrevido
muchacho se asomaba a su escaparate en busca de una mascota para recordar su
infancia, al salir de la pajarería su anhelo se revertía en un impasible
rostro, donde la más mínima alegría se había consumido como las brasas en el
amanecer de San Juan.
Sin embargo, una mañana de mayo,
en ese intervalo de tiempo en el que el sol se cuela fugitivo por las rendijas
de persianas y escaparates, la luz y color salpicó al negocio y se cobijó en el
airón de un coqueto periquito absorto en el soleado reflejo de su espejo. El
aviar y heroico David en la lucha contra el oscuro Goliat, que sumaba al resto
del inventario, expuso su colorido plumaje original y, de paso, se sacudió la
grisácea imposición. De repente, un estruendo retuvo la respiración de la
pajarería, cuando el edificio de enfrente se desvaneció ante el imperdonable
avance de la bola de demolición, que devolvió la luz, el color y la vida al
pequeño negocio de animales y convirtió el apartado callejón en la plazuela del
progreso.
Y así un hombre cualquiera
presenció cómo la caída de los quejosos muros liberan del aislamiento tras la consecución de
los ideales.
Imagen de los 'Pajarines en Oporto" cedida por Athelass85
http://www.flickr.com/photos/athelass85/5099136027/in/photostream
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