lunes, 22 de abril de 2013

Lo terrenal de las promesas

 
Un hombre cualquiera atisba en la lejanía la tierra prometida, cuando la caprichosa superposición de las nubes inyecta un potente foco solar sobre ella.
La pólvora se escapa de la demagógica moral legislativa de los políticos, que alimentan con sus eufemísticas jergas las críticas de calumnistas y articulistas. A su vez, la tinta de sus reflexiones se impregna en la inflamable celulosa que chisporrotea entre las manos de los leídos ciudadanos, abocados al encendido de las piras públicas que convierten las pacíficas reivindicaciones en gritos encendidos a ras del asfalto. Pero, al final, el círculo de confusión se acaba cerrando con el apaciguado brazo articulado con porra y escudo contra libertades y derechos, que acallan voces pero no borran ideas.

A día de hoy, los ciudadanos sufren un crónico ataque del efecto Moisés. La tierra prometida se convierte en un oasis inalcanzable frente a las predicciones de los futurólogos del pasado, que describían un éxito que se ha convertido en un precoz fracaso.
Y así un hombre cualquiera abre el paraguas cuando rugen las negras tormentas que ocultan la luz sobre la tierra prometida.

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