lunes, 1 de abril de 2013

Lo hiperrealista de lo ficticio


Un hombre cualquiera toma su butaca en el segundo anfiteatro en el mismo instante que las luces apagan la realidad y se encienden los focos de la imaginación.
El telón abre una ventana a un hiperrealismo ficticio donde los sentimientos y los argumentos superan la artificialidad organizada por la dirección artística. El patio de butacas se convierte en musa de los gestos y las palabras de unos personajes borrachos de realidad. Y las miradas expectantes observaban su espejo cotidiano desde la comodidad de la butaca y la lejanía que provoca la profundidad del foso.
Al iniciarse el tercer acto, los círculos de confusión de la realidad se definieron como las luces  del kamikaze al doblar la curva de doble rasante en plena medianoche. El inevitable desenlace mancha de sangre a los espectadores ante el estallido de la recortada, mientras el cianuro serpenteaba irreversiblemente por un esófago sin billete de vuelta dentro del mismo verdugo. El telón cubrió, con su aterciopelado discurrir, la dantesca escena del crimen con el batir irrefrenable de los aplausos de un apocalíptico público rendido ante su propio devenir.
Y así un hombre cualquiera se queda anclado a la butaca ante un inesperado fin del mundo que degolla  la imaginación por un ataque de hiperrealismo.

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