lunes, 18 de noviembre de 2013

Lo desubicado de lo cotidiano



Un hombre cualquiera se tropieza con individuos que distorsionan la monotonía de la cotidianidad en los lugares comunes más insospechados.

Un desdentado jubilado se apoya en la valla de una obra del parque mientras se intenta cepillar los dientes con fruición. Un peluquero calvo retirado regentando un local de pelucas de pelo natural. Un hombre rana sobre los rescoldos de un conato de incendio en el propio parque de bomberos.  Un caddie dando palos de ciego en el hoyo 18 del circuito. Un torero en una manifestación de la asociación de zurdos de extrema izquierda. Un historiador con amnesia metido a controvertido futurólogo nocturno.

Una tetera insomne con jet lag silbando desconsoladamente a las cinco de la madrugada. Una biblia ilustrada para explicar los misterios de santísima trinidad en una sucursal de la ONCE. Una bañador favorable a las playas nudistas por una crónica hidrafobia y por la incómoda invasión de la arena.  Una jaula cerrada a cal y canto con un altavoz en su interior vociferando a los cuatro vientos una libertaria canción de Nino Bravo.

Y así un hombre cualquiera también observa lo desubicado de los objetos que convierten en rareza lo extraordinario de la cotidianidad.

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