Un hombre cualquiera se tropieza con individuos que
distorsionan la monotonía de la cotidianidad en los lugares comunes más
insospechados.
Un desdentado jubilado se apoya en la valla de una obra del
parque mientras se intenta cepillar los dientes con fruición. Un peluquero
calvo retirado regentando un local de pelucas de pelo natural. Un hombre rana
sobre los rescoldos de un conato de incendio en el propio parque de bomberos. Un caddie dando palos de ciego en el hoyo 18
del circuito. Un torero en una manifestación de la asociación de zurdos de
extrema izquierda. Un historiador con amnesia metido a controvertido futurólogo
nocturno.
Una tetera insomne con jet lag silbando desconsoladamente a
las cinco de la madrugada. Una biblia ilustrada para explicar los misterios de
santísima trinidad en una sucursal de la ONCE. Una bañador favorable a las
playas nudistas por una crónica hidrafobia y por la incómoda invasión de la
arena. Una jaula cerrada a cal y canto
con un altavoz en su interior vociferando a los cuatro vientos una libertaria
canción de Nino Bravo.
Y así un hombre cualquiera también observa lo desubicado de los
objetos que convierten en rareza lo extraordinario de la cotidianidad.
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