domingo, 28 de abril de 2019

Lo ibérico del eclesticismo


Un hombre cualquiera observa la dicotomía entre el dolor y la gloria de una península borracha de sol.

El equilibrio del funambulista se mide en los escasos centímetros de la cuerda floja. Esa es la  distancia entre el cielo y el abismo. La diferencia entre la estática quietud y el desbocado progreso. Y, sobre todo, lo que explica el endémico posicionamiento entre el ellos y el nosotros. Pero entre medias la cuerda colorea una escala de grises, que abarca desde el extremo de la negra oscuridad hasta la opuesta dureza del blanco.

Y como espectadores de nuestra propia Historia observamos ojipláticos este juego de equilibrios. Lo mismo le dan la cartera de ministro a un astronauta, que un comisario sin escrúpulos atiza el hedor de las pestilentes cloacas del Estado. El desagradable olor se enmascara con el incienso que alimenta a la bancada conservadora para oponerse a la ampliación del permiso de paternidad; mientras, con media verónica, llenan sus escaños de diestros con montera y estoque. Sin embargo, no es necesario el traje de luces para salir victorioso por la puerta grande tras ganar, por primera vez, una moción de censura. Incluso cuando las sombras impiden exhumar los nudos que quedaron atados y bien atados. Sin duda, aún resuenan el eco de las balas en unas mentes huecas, que pretenden llenar las manos con la ignorancia de las armas. En vez de armarse de humanidad para rescatar los barcos varados en el cementerio que se ha convertido el Mediterráneo. Y entre tanto, la Historia se escribe con las decisiones que permitimos tomar y, sobre todo, con las franqueadas, un 28 de abril, destino a los buzones de la carrera de San Jerónimo.

Y así un hombre cualquiera concluye que la realidad entre Punta de S'Esperó y Finisterre está filmada por el propio Pedro Almodóvar.



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