domingo, 24 de noviembre de 2019

Lo otoñal de las postrimerías


Un hombre cualquiera enmarca las coloridas instantáneas bercianas en las postrimerías del otoño.

Las cepas huérfanas de sarmientos y racimos palpitan en las cubas de las bodegas. En esa oscuridad donde los caldos encarnan sus sabores hasta maridar las pantagruélicas jornadas gastronómicas. Mientras los paisajes sufren del insomnio sin los grillos, que silencian su rítmico compás durante los sueños de las noches de verano.  

Al mismo tiempo, la decoloración de los castaños, robles y nogales degrada su escala desde el verdor estival. El mismo que asombró, semanas antes, a turistas y paisanos cuando la fiebre de los mercurios les enrojecía las mejillas y la fiebre del oro les doraba los bolsillos hasta la médula, junto a la orilla del río. Ahora las aguas del Sil comienzan a enfriarse entre el pantano y las fronteras de la Comarca; hasta olvidarse de su propio nombre. Allá donde se pierde el rumor del crepitar de las encinas al asar los pimientos y al hervir el almíbar que endulza el marrón glacé. Todo con un familiar y pegadizo acento que trastabilla la lengua entre los brindis de mencía y el descorche del godello.

Y así un hombre cualquiera atesora, a conciencia, los recuerdos en la patria chica de la soñadora en pijama, como valiosas reliquias templarias.

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