Un
hombre cualquiera se cruza con un pelotón de ciclistas serpenteando la
carretera que mide el perímetro del embalse de Barrios de Luna.
El
asfalto de Madrid surcado por un pelotón camino de Valladolid inauguraba la
primera edición de la Vuelta Ciclista a España. A mediados de la década de los
30, entre aquellos 50 aventureros sobre dos ruedas se encontraba el ciclista
belga, Gustaf Deloor. A la sazón, 3431 kilómetros después, el campeón a pesar
de las etapas de más de 250 kilómetros, la pesada bicicleta de hierro y el
lastre de las herramientas y parches. De hecho, al cruzar la meta tomó impulso
y se hizo con la segunda edición de la Vuelta en 1936. Y siguió pedaleando por
la vieja Europa haciéndose con alguna victoria en el Tour de Francia. Pero, los
mástiles de las esvásticas inutilizaron los radios de su bicicleta y le
convirtieron en prisionero de los cruentos campos de concentración. Aquellas
duras etapas bajo la sombra de las
chimeneas, sin embargo, dejaban un resquicio para los rayos de sol. Iluminados
sus victoriosos laureles de campeón le llevaron a aprobar un examen para
prisioneros belgas dentro de la estrategia de la Flamenpolitik. Y pudo
liberarse para volver a casa. Allí, su futuro giró en torno a un pingüe negocio
de neumáticos, pero sin parches todo acabó pinchando.
Y
caminito de ultramar dejó a una Europa en plena pájara, perdida entre las pesadillas
de posguerra. Al otro lado del Atlántico, el sueño americano se erigía en una estatua
a la Libertad, que empuñaba una antorcha para iluminar el futuro de Gustaf
Deloor, a través de la Ruta 66. Y al final de la Main Street of America alcanzó
una inesperada meta en la soleada California. Allí se enfundó el dorsal de la
empresa Marquardt Coporation en calidad de operario de motores dentro del
proyecto Rockets. A pesar de tener los pies pegados a sus pedales, su contribución
fue fundamental para crear el sistema de propulsión que llevaría al Apolo XI
desde el Centro Espacial John F. Kennedy hasta articular un gran paso para la
humanidad. Mientras Amstrong, Aldrin y Collins alunizaban el 21 de julio de
1969, el mecánico belga volvía a su tierra natal después de dos décadas y haber
llevado al hombre a la Luna.
Y
así un hombre cualquiera observa el reflejo del satélite sobre el pantano con
el que comparte nombre en una casual y homográfica homofonía, en el 51º aniversario
del alunizaje del Apolo XI.
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