martes, 8 de diciembre de 2020

Lo adelantado de lo navideño

Un hombre cualquiera se coloca el bombín y de la mano de la soñadora en pijama se adentra en la niebla londinense.

El paseo turístico discurre por un paisaje invisible, justo por el filo de la pipa de Sherlock Holmes, cuyo humo oculta las pistas para resolver el caso de este aciago 2020; sin brújula ni norte para encontrar el 221B de Baker Street. La reducida visibilidad convierte a los míticos autobuses rojos en réplicas del autobús noctámbulo de Harry Potter y las condensadas gotas blanquean los tiznados taxis en dirección contraria sobre el Támesis. Más adelante, las fantasmagóricas figuras de viandantes cruzando los pasos de peatones recrean la portada de Abbey Road, al ritmo del pop británico de los 60. Incluso la densidad de la niebla se asemeja al humo de los conciertos antes de la imposible actuación a dúo de Freddy Mercury y David Bowie, There's a starman waiting in the sky.

Entorno al mediodía, la bruma comienza a disiparse sobre azoteas, chimeneas y tejados. Y, entonces, un tímido sol comienza a adentrarse entre la nubosidad hasta definir la silueta de la Tower BT, pero la estructura ha mutado en el castizo pirulí de Torrespaña. Poco a poco, la cúpula de Saint Paul se achata a simple vista, dibujando la cúpula de la basílica de San Francisco. En el mismo momento que las campanadas del Big Ben dan las doce retumbando por toda la plaza de Sol, convirtiendo las redondeadas señales del metro en rombos perfilados en rojo ante la curiosa mirada del oso abrazado al madroño. A escasos metros, calle Preciados arriba, la aventurera de las siestas camina por la Gran Vía  con su azulada melena, que parece una extensión de los neones del edificio de Schweppes. Su mágica aparición le aporta un cinéfilo aire a lo Mary Poppins, sin paraguas, ni bolso. Sin embargo, de los bolsillos de su abrigo sobresale el pasaporte, regalos envueltos y desde su cuello se aprecian los cuadros escoceses de su camisa. Iluminada por la luz de un tardío sol de otoño acaricia con su sombra los adoquines madrileños, pisando el dorado camino que refleja el dinosaurio de su colgante, antes de inmortalizarse para la eternidad con el hombre de hojalata, el león cobarde y el espantapájaros.

Y así un hombre cualquiera celebra lo adelantando de lo navideño bajo el coloreado azul de Madrid al cielo.

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