domingo, 18 de julio de 2021

Lo carmesí del acerico

Un hombre cualquiera busca en la cartelera películas de Tim Burton para refrescarse entre las sombras.

Tras pasarse media vida entre rotos y descosidos, se zurció un acerico con forma de corazón para clavarle agujas. Aquel vudú de andar por casa, le sirvió para pudrirle un órgano cansado de latir sin correspondencia. Incapaz de colorear su blanquecina tez, que acompañaba a su amortajada vestimenta de negro. Enlutada sin pésame, plañidera sin lágrimas. Un realista personaje de Tim Burton, al que le habrían venido de perlas las manostijeras para cortar patrones o la espada del jinete sin cabeza para igualar los bajos de los pantalones.

Ella, consciente de su sombría personalidad, aprovechaba la oscuridad de los templos, las horas enviudadas de sol y el terciopelo negro de las butacas para mimetizarse con la negritud. Y allí en la sala de cine era el lugar donde cambiaba el pálido de la pantalla por el Technicolor. Sin reanimación artificial descubrió sístoles y diástoles hasta entonces ensordecidas, que le enrojecieron las mejillas al cruzar miradas con el hombre del extremo de la fila de butacas. Al encenderse las luces, el hombre del colorido chaleco le regaló un pincel para pintarse de alegría la tristeza. Ella saco del bolsillo su acerico. Arrancó las puntiagudas agujas y alfileres y, tras enhebrar un hilo carmesí, cosió las cicatrices del tiempo.

Y así un hombre cualquiera consigue la palidez veraniega de Víctor Van Dort tras un ciclo de películas de Burton.

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