Un hombre cualquiera levanta la vista al cielo al escuchar los motores de los aviones que sobrevuelan la ciudad.
La acuciante nubosidad impide ver los motorizados vuelos que emigran a la batalla y que ponen sonido a las pantallas del escaparate de la tienda de televisores. Cómo si se tratara de una película de Hollywood, los misiles y las bombas crean unos efectos nada especiales y, desgraciadamente, la sangre mancha de trepidante realidad el sensacionalismo de los noticieros.
Unos pasos más adelante, un músico callejero de barba, melena y símbolo de la paz en la guitarra alimenta los deseos del alma. Su voz implora: "Que la guerra no me sea indiferente. Es un monstruo grande y pisa fuerte."
Y así un hombre cualquiera percibe el esperanzador reflejo de un hueco de sol entre los nublados.
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