domingo, 20 de marzo de 2022

Lo vergonzoso de la calima

Un hombre cualquiera dibuja un oasis sobre el enrojecido polvo del alfeizar

El tiempo avanza hacia cada centímetro que alcanza con la expansiva invasión de un desierto, que nunca retrocede. Grano a grano se vierte hasta rellenar el hemisferio inferior, desde un cielo enrojecido por la vergüenza. Abajo, la calima sedimenta inexorable sobre tejados, estatuas y conciencias. Entonces, las promesas se convierten en papel mojado, las esperanzas mutan en imposibles y el recuerdo se borra en olvido. Allá donde el desierto pierde la batalla frente al Atlántico, la nostalgia se ahoga con el salitre del naufragio y, al mismo tiempo, muere por la sed del espejismo.

En Madrid, el teñido sahariano embarra el asfalto, las ventanas y las huellas por la tristeza de una lluvia inconsolable entre Moncloa y ultramar. El capricho colonial y la aspiración imperial se abandonaron, desde los tiempos en blanco y negro con la descolorida esperanza de una oportunista marcha verde. No se pierde, lo que se habia abandonado. Una injusticia de décadas para devaluarse como moneda de cambio ante los gritos de auxilio.

Y así un hombre cualquiera se frota los llorosos ojos ante el espejismo 

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