domingo, 27 de marzo de 2022

Lo parisino de la cotidianidad

Un hombre cualquiera encuentra, tras el rodapié despegado del baño, una cajita con pequeños juguetes y el cromo de bahamontes de 1959.


La vida se construye por los pequeños detalles que suenan fugaces como estrellas de Bagdad en la radio. Por los campos de amapolas que tiñen de carmesí las instantáneas. Por el perfume sobre la almohada al despertar, que impregna los buenos días. Por las pecas de sésamo que adornan las hamburguesas. O por los vuelos de "bolboretas" que esparcen su alegría primaveral en pleno invierno.


Por la ventana, el rítmico acordeón acompasa el plisado de las cortinas, que mece la brisa del mediodía. Y el sonido se pierde entre las manos del aprendiz de frutero, que mima a las coles de Bruselas dentro de la bolsa de papel. Lo arrugado del envoltorio le avisan al vendedor de cupones que se encuentra en la frutería. Y el barrio se adereza con una elegante fragancia parisina en pleno barrio de Arganzuela.


Y así un hombre cualquiera se queda mirando a la soñadora en pijama y su irremediable parecido con Amélie.

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