sábado, 10 de junio de 2023

Lo vacío de la opulencia

Un hombre cualquiera pasea por el barri de Pedralbes y se sienta en un banco a observar la vida sin números rojos.

La realidad la tamizan por el oscurecido cristal de sus gafas de sol. Las compras se empaquetan en minimalistas bolsas de cartón con asas de lazo para no lastimar las hidratadas manos adornadas con anillos y cuidadas manicuras. Aquí el tiempo se aferra con cuero a las muñecas con los engranajes de la puntualidad suiza. Los cuartos se plastifican para no mancharse con el dinero negro. Y El color de la piel se esconde bajo uniformes, cofias y guantes de látex. Al final las apariencias se compran, las realidades se alteran y la vida se cuantifica en los dígitos de la cuenta bancaria.

Las vistas de la calle se intercalan con el gran ventanal del edificio de enfrente. Allí un hombre de avanzada edad permanece sentado con la mirada perdida. Le rodean muebles tallados por maderas nobles, retratos ecuestres de gran boato y estanterías a rebosar de libros. A su espalda el espejo refleja su coronilla y muestra una estancia vacua del alma de un hogar. Impoluta de cicatrices infantiles, ausente de felicidades enmarcadas y silenciosa de conversaciones cotidianas. Se levanta y vierte otro trago de licor sobre la copa de balón. ¡Un día es un día! Se acerca al espejo y parece decirse algo hasta brindarse a sí mismo sobre su propio reflejo. Una solitaria escena sacada de un lienzo de Edward Hopper.

Y así un hombre cualquiera entiende que el dinero no es capaz de llenar lo vacío de la opulencia.

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