jueves, 14 de marzo de 2013

Lo desconectado de los concilios



Un hombre cualquiera se cuela en la sacristía de San Pedro, con alevosía y sin firewall, donde un regimiento de alzacuellos son consagrados contra el abstencionista sindiós de la realidad.

El ciudadano de tamaño medio evita las sucursales vaticanas porque sólo creen en sus posibilidades como representante de sí mismo sobre la aspereza del asfalto. Y la verdad, el oscurantismo exterior e intrínseco de las sotanas ensombrecen más que los románicos tragaluces de sus  ermitas e iglesias, sin tributar bienes e inmuebles, donde la luz de las velas y cirios pascuales sólo iluminan sin llegar nunca a arder.

Los templos cuentan con fallos estratégicos de construcción porque se acaban orientando, a través de sus estratosféricas agujas, a la divinidad de los cielos y no a la necesidad que malvive a ras de suelo a menos de una zancada de su pórtico. Y sin pecado concebidas, las celestiales cúpulas se rellenan con el vacío de palabras que promulgan ruinosos hechos sin plan de obra ni licencia de habitabilidad.

Y así un hombre cualquiera abandona la sede vacante porque el cónclave no le permite acceder al divino wifi para enviar su encíclica bloguera.

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