lunes, 11 de marzo de 2013

Lo superviviente de la idiosincrasia



Un hombre cualquiera presencia, televisivamente, la caída de un meteorito a plena luz del sol y sin cita previa.

¿Y si un meteorito con forma peninsular y en estado corrupto nos empujara a los infiernos? Así esta democracia, regalada con sobres estampados por billetes de dinero negro y acosada por cleptómanos del poder, dejaría de ser el resultado de un órdago a la grande al mejor postor, donde las cartas marcadas y el juego sucio fueran prohibidos por el derecho de admisión.

La caída del meteorito acabaría con la tiñosa envidia que escandaliza a propios y proscritos y, tajantemente, la incisión de la guillotina cósmica convertiría los pirineos en el más alto acantilado al sur del viejo continente. Aprovechando el provisional don de la invisibilidad, provocado por el polvo de la incursión, el mare nostrum y el atlántico se fusionarían y rodearían al nuevo farallón portugués con playas y toallas por sus cuatro costuras. A pesar de todo, la idiosincrasia permanecería bajo el nuevo desierto acuático; los duelos a garrotazos seguirían abriendo, continuamente, históricas heridas que desembocarían en un sangrante mar rojo por los inabarcables borbotones tricolores y rojigualdos.

Y así un hombre cualquiera resiste la crueldad de la naturaleza y de los hombres obviando el avestruz truco del zapping, tanto de la pantalla como de la moral.

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