Un
hombre cualquiera presencia, televisivamente, la caída de un meteorito a plena
luz del sol y sin cita previa.
¿Y
si un meteorito con forma peninsular y en estado corrupto nos empujara a los
infiernos? Así esta democracia, regalada con sobres estampados por billetes de
dinero negro y acosada por cleptómanos del poder, dejaría de ser el resultado
de un órdago a la grande al mejor postor, donde las cartas marcadas y el juego
sucio fueran prohibidos por el derecho de admisión.
La
caída del meteorito acabaría con la tiñosa envidia que escandaliza a propios y
proscritos y, tajantemente, la incisión de la guillotina cósmica convertiría los
pirineos en el más alto acantilado al sur del viejo continente. Aprovechando el
provisional don de la invisibilidad, provocado por el polvo de la incursión, el
mare nostrum y el atlántico se fusionarían y rodearían al nuevo farallón
portugués con playas y toallas por sus cuatro costuras. A pesar de todo, la
idiosincrasia permanecería bajo el nuevo desierto acuático; los duelos a
garrotazos seguirían abriendo, continuamente, históricas heridas que desembocarían
en un sangrante mar rojo por los inabarcables borbotones tricolores y
rojigualdos.
Y
así un hombre cualquiera resiste la crueldad de la naturaleza y de los hombres
obviando el avestruz truco del zapping, tanto de la pantalla como de la moral.
No hay comentarios:
Publicar un comentario