lunes, 4 de marzo de 2013

Lo grandioso del vidrio




Un hombre cualquiera recuerda la actitud de Edward Bloom al conocer de manos de la bruja la forma en que iba a morir.

Sólo cuando, en su macabra y natural acción,  la cortante guadaña se acerca a nuestro espacio vital nos damos cuenta de lo vertiginoso del tiempo y, en definitiva, de la vida. Y, entonces, la felicidad se queda huérfana porque los diques, que la amparaban y protegían, son arrastrados por la fuerza de la riada y por el incesante ascenso del nivel de las aguas por las torrenciales aportaciones de voluntarias plañideras, que lloran desconsoladas por el desaprovechado tiempo de un cronómetro con fecha de caducidad.

Pero, a dos metros bajo tierra ni las pilas, ni la cuerda harán que el segundero vuelva a latir y, entonces, entre almas espiradas las perdices volarán alto, dueñas de una felicidad agotada por falta de tiempo.

Y así un hombre cualquiera cree que si encuentra el ojo de vidrio de su finitud le ayudaría para aprovechar y arriesgar en la vida, que se escurre entre las manecillas del reloj de bolsillo.

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