Un hombre cualquiera se siente agradecido por las
desinteresadas aportaciones humanas y de otra índole que hacen posible el
desenfrenado espíritu navideño.
Un agradecimiento inicial al carpintero de pesebres que supo
construir sin instrucciones de montaje en sueco y sin albóndigas. Siguiendo con
el departamento de protocolo de la actual santa sede de carpintería, agradecer
al que toma las medidas por encargo para que Bergoglio haga la bendición del
'urbi et orbe' dentro de las fronteras del Vaticano. Y, terminando con la
iglesia (es una forma de expresión), me agradeceréis el siguiente mensaje
alarmista, ¡cuidado con la decoración cristiano-navideña!, esto es un hecho que
la embriaguez navideña os hará olvidar, pero la liliputiense logia de figuritas
de belén acabará invadiéndonos con el sopor veraniego, son pequeños pero muchos
(el ejército de pastores, la milicia de lavanderas, los drones con forma de
ángel, un señor catalán en cuclillas, estos son los más buscados).
En un orden más pagano, quiero agradecer a distintas
personas y entidades su labor por llenarnos
de orgullo y satisfacción en estas fechas: a Carlos III por fomentar la
ludopatía en estas entrañables fechas desde 1783 (suena el niño Raphael de San
Ildefonso); al jubilado, por su encomiable tarea, responsable de Recursos
Humanos que redactó la oferta de trabajo de Papa Noel y al inventor de la
fórmula secreta que tiño de rojo la vestimenta del susodicho nórdico; a la
campaña "ecologista", que traspasa trópicos y zonas climáticas, para
adoptar pinos artificiales y secar pinos naturales en el calor del hogar; y,
finalmente, una mención ovípara a la insensata agrupación de los Asociados
Pavos Altamente Ñoños A Obstruir Saraos (¡APAÑAOS!)
Y así un hombre cualquiera, pensándolo bien, tampoco les
agradece tanto lo de la navidad porque, al fin y al cabo, es el Corte Inglés.
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